Reseña literaria

La cadencia del eco: sobre Adam Zagajewski

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“Me rebelo contra la reducción de la vida humana

y del arte a una franja en la que no hay lugar ni

para el héroe ni para el santo”

 

Adam Zagajewski

 

La posmodernidad rehúye lo abstracto. La posmodernidad hiende concreciones que demarcan intelectual y sensiblemente no sólo el arte, también la vida cotidiana; demarcan sin dar espacio a la amplitud intelectual en la que tengan acomodo valores estéticos y éticos y su ordenación. Aunque no lo hace tan libremente como podría pensarse. Polonia, como en otras tantas ocasiones, es en esto, un ejemplo de resistencia. Quizá por su dolorosísima historia contemporánea, ultrajada por el nazismo y el comunismo, que es compartida generacionalmente como si de una herencia se tratara, el país que inició el derrumbe del comunismo fue la cuna de dos de los poetas que mantuvieron la resistencia frente al auge posmoderno del vaciamiento de la poesía. Dos nombres, Czeslaw Milosz y Adam Zagajewski, protagonista de estas líneas.

           

El uso de lo abstracto, reflejo de la convicción de que existe una jerarquía de valores, es seña de la poesía de nuestro protagonista, que le otorga a los conceptos una nueva dimensión. Lo hizo, a su manera, Milosz (1911-2004), en un tiempo en el que las grandes ideologías seguían aún recorriendo Europa. Pero cuando Zagajewski comienza con sus primeros versos, esa época no es más que historia, vivida según cierto carácter polaco, es decir,  muy íntimamente, pero historia al fin y al cabo. Lo que en el primero pudo surgir como reacción ética y estética ante los males evidentes del fascismo y del comunismo, en el segundo sólo pudo hacerlo del íntimo convencimiento. Pero lo mismo da por qué o cómo surgiera esa nueva forma, la cuestión es que surgió: lo abstracto, desechado por considerarlo propio de una poesía cerril e intelectual o intelectualmente cerril, de una poesía alejada leguas del lector, adquiere una cercanía que dejó sorprendido al nobel irlandés Seamus Heaney cuando leyó Encantamiento de Milosz, del que es heredero Zagajewski. Ambos han desplegado para la literatura contemporánea una poesía con cadencia de eco; que está lejos y está cerca a un mismo tiempo.

 

Entre lo sublime y lo cotidiano, epifanías

La obra de Zagajewski se mueve, precisamente, en esos dos espacios; lo lejano (la trascendencia) y lo cercano (la cotidianidad). “Sumidos en lo cotidiano, en la ruina trivial de una vida práctica, nos olvidamos de la trascendencia. Dirigiéndonos hacia lo divino, descuidamos la normalidad”, escribió. La vista alzada, los pies firmes en el suelo. Esa es la posición que adopta el poeta en un momento de creación radical.

           

Xavier Ferré, poeta y traductor a quien debemos la traslación de la obra de nuestro autor al español, considera que es en el poema Square d´Orleans del libro Deseo en el que se condensan “la mayoría de elementos que convierten la poesía de Adam Zagajeswki en uno de los refugios para el lector contemporáneo”. Dice el poema en sus primeros versos:

 

Es un lugar donde se fundieron el sufrimiento

con la admiración, dos sustancias

que se conocen desde hace mucho tiempo.

Ahora tiene aquí su sede un banco;

entran y salen hombres elegantes,

todos tan delgados como n nuevo billete.

 

Y termina:

Si algo nos atormente, aunque nada

nos atormente, es sólo el vacío

 

Estos pocos versos son, como afirma Ferre, el ejemplo perfecto del terreno que pisamos los lectores al asomarnos a la poesía del polaco. Sufrimiento, admiración; elevación abstracta y cercana a un mismo tiempo, que de golpe se ve bajada: un banco - ¿hay algo más prosaico? – ha ocupado el espacio. Una suerte de equilibrismo estético e intelectual entre lo sublime y lo cotidiano, entre lo mundano y la vida, en el que el polaco se mueve para llevarnos – si queremos dejarnos llevar – a una desembocadura de elevación en la que está el arte. Milosz entendía la epifanía como una interrupción en “el fluir del tiempo cotidiano y se adentra como un momento privilegiado en el que se produce una compresión más profunda, más esencial de la realidad”.  Una concepción netamente asumida por Zagajewski, cuya obra, en ese momento de deslumbramiento al que su particular equilibrio lleva, adentra al lector en su propio misterio, en lo inefable.

 

El héroe y el santo

“Lo que en el plano estético corresponde al héroe y al santo es el encuentro con lo sublime”. Esta frase del polaco generó cierta polémica con el filósofo búlgaro Tzvetan Todorov, una de las más interesantes de los últimos años. Zagajewski, que no ha tenido intención nunca de dedicarse a la hagiografía ni a la narración de gestas, reivindica a Longino o Pseudo-Longino, el nombre con el que habitualmente se nombra al autor de Sobre lo sublime, y afirma que “si la cotidianidad es bella es porque también percibimos en ella el suave temblor de posibles acontecimientos heroicos, extraordinarios y misteriosos”. Para Zagajewski, la realidad está abierta. En El Danubio, Claudio Magris escribió que lo que distingue a los hombres es “la presencia o la ausencia, en su pensamiento y en su persona, de esa otra cosa, su sensación de habitar un mundo acabado y agotado en sí mismo o bien incompleto y abierto a otras cosas”. Zagajeswki es de estos últimos. Santo y héroe son precisamente el arquetipo de esa realidad abierta; son el paradigma de cotidianidad alzada sobre sí misma, con la vista puesta más allá, a otros horizontes inefables. Le lleva la contraria a Nietzsche al afirmar que “un sol sí puede calentar a otro sol”. De hecho, el polaco va un paso más allá de Magris; despliega en su poesía una concepción en la que el mundo está sostenido por una permanente incertidumbre que, lejos de desembocar en una  angustia escéptica, conlleva, por carecer de dogmatismos, una gran capacidad para la sorpresa.

 

Íntima historia

La malhadada crítica ha considerado a Zagajewski como un poeta político contrario al comunismo. Basta haber leído hasta aquí para tener la certeza de que no es así. Es cierto que hay elementos políticos en su poesía. Hubiese sido un ejercicio de abstracción casi antinatural que no los hubiera dado el siglo XX que sufrió Polonia. Sin embargo, no es un poeta político. Su oposición al comunismo es ferviente, las referencias a la historia son constantes en sus poemas, pero van más allá de una mera reacción visceral o historicista. Todo lo que se le achaca de política, lo tiene, en verdad, de conciencia. Busca el poeta, entre la elevación, un choque de conciencia. Para muestra, valga el poema Houston, a las seis de la tarde de Deseo, en el que escribe:

 

Europa ya duerme bajo la áspera manta de sus

fronteras y viejas hostilidades; Francia arrimada

a Alemania, Bosnia en los brazos de Serbia,

la solitaria Sicilia en el azul del mar

 

Y continúa:

Estoy sólo porque Europa duerme. Mi amor

duerme en un piso alto cerca de París.

En Cracovia y en París mis amigos

se abre paso en el mismo río del olvido

 

Y entre cuarteto y cuarteto, plenos de referencias historias, de repente, como una explosión:

 

La poesía invoca una vida sublime,

pero lo que es bajo también es elocuente,

más audible que la lengua indoeuropea,

más fuerte que mis libros y que mis discos.

(…)

La poesía invoca la vida, el valor

frente a la sombra que se agranda.

¿Sabrías mirar tranquilamente a la Tierra,

como un astronauta perfecto?

 

Y, con todo, Zagajewski no renuncia a su entorno, a su tiempo. La búsqueda que emprende tras lo sublime, lo misterioso, no le sirve de excusa para convertir su poesía en un entramado indescifrable de palabras. Quizá por esto su obra se amolda, como dice Ferre, tan bien a las distintas tradiciones literarias a las que ha sido volcada. Es plenamente contemporáneo; no renuncia ni a la reflexión y ni a la hondura moral; nos recuerda que, en el fondo, buscamos instantes de belleza.

A. Petit

A. Petit

Álvaro Petit Zarzalejos, es periodista y escritor. Fundador y editor de Ritmos 21, ha entrevistado a algunas de las personalidades más relevantes de la cultura española de los últimos años. Como escritor, ha publicado el poemario Once Noches y Nueve Besos (Ediciones Carena 2012) y Cuando los labios fueron alas (Ediciones Vitruvio).

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