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'Nos compramos un zoo', una historia de superación

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Basada en hechos reales, Benjamin Mee, el narrador de esta historia, es un periodista de The Guardian, casado y con dos niños.
La tarde del 20 de octubre de 2006, los Mee se convirtieron en los nuevos propietarios del Parque de la Naturaleza Dartmoor, en Devon. Habían comprado un zoo. “Era el comienzo que marcaba el final de un largo y tortuoso camino que había implicado a toda la familia”.
 
Así empieza este divertido, entrañable y bestial testimonio de una peripecia a caballo entre los sueños infantiles y la conciencia conservacionista de nuestro planeta. Porque, ¿quién no ha soñado alguna vez con tener su propio zoo? Con un lenguaje ameno y un ritmo narrativo muy ágil, el periodista británico Ben Mee nos abre las puertas de su casa y de su corazón, y muestra las entrañas de un negocio poco habitual con la fuerza del emprendedor que cree y apuesta firmemente por las múltiples bondades de su empresa. Una historia que llegará a las pantallas españolas el próximo 30 de diciembre. Matt Damon y Scarlett Johanson, dirigidos por Cameron Crowe, encabezan el reparto de la versión cinematográfica de esta obra que hará las delicias de toda la familia.
 
Por las páginas de Nos compramos un zoo transcurre una vida con todos sus momentos, matices y sentimientos: nervios ante lo desconocido, miedo ante la enfermedad, rabia ante la muerte, impotencia ante la injusticia, rebeldía ante lo establecido, risa, alegría, aventura, decisiones, dudas, enfados, reconciliaciones, triunfos, fracasos, arreglos, averías, problemas, soluciones…
 
En 2004, la vida de Benjamin Mee y su familia transcurría de forma idílica, a pesar de la enfermedad de su esposa Katherine (un gliobastoma de grado 4) en el Languedoc francés. Habían vendido su piso del centro del Londres para instalarse en dos graneros de piedra dorada. “Yo me dedicaba a escribir una columna sobre bricolaje para el periódico semanal Guardian y otras dos para la revista Grand Designs (…) Nuestros dos hijos (…) retozaban con sus gatitos en la seguridad de un enorme jardín tapiado (…). ¿Qué podría suponer una tentación para que nos alejáramos de aquel lugar por el que tanto habíamos luchado y que nos resultaba casi celestial? Que mi familia decidiera comprar un zoo, claro está”.
 
Su primer contacto con el Parque de la Naturaleza de Dartmoor fue en forma de un folleto publicitario en el que se ofrecía “una casa de campo con un zoo anejo”. Un oferta que “tenía aspecto de ser incluso mejor… si es que lo podíamos conseguir”. Una fría mañana de abril de 2005, la familia casi al completo llegó al parque. “A lo largo de nuestra rápida excursión por la laberíntica mansión de doce habitaciones, nos dimos cuenta de que la sala de estar estaba medio llena de jaulas de loros, de que la decoración databa de hacía al menos tres décadas y de que el sistema eléctrico y las tuberías tenían pinta de necesitar tragarse unas decenas de libras para funcionar correctamente”.
 
Tigres siberianos, leones, pavos reales, osos pardos europeos, lobos, jaguares, pumas, flamencos, puercoespines, mapaches, un lince y un tapir brasileño era el ecléctico vecindario de este zoo en venta. “Nos dábamos cuenta de que el zoo necesitaba una gran inversión, pero también de que era un negocio que había estado operativo hasta hacía poco y de que nos daría la oportunidad única de vivir junto a algunos de los animales mas espectaculares –y más escasos– del planeta”.
 
Tras varios meses de negociaciones, peleas familiares y muchas idas y venidas a oficinas bancarias y despachos de abogados, el zoo pasaba a sus manos. Comenzaba una experiencia dura por la que los Mee entraban en una dinámica trepidante en la que había que afrontar todo tipo de situaciones: desde la escapada de un jaguar aventurero a solucionar los problemas domésticos, pasando por convencer a los bancos para obtener los créditos necesarios que permitían modernizar las instalaciones o las negociaciones con administraciones y todo tipo de personas y personajes susceptibles de cruzarse en la vida diaria de un zoológico.
 
Esta ardua y complicada empresa tenía un objetivo: “llevar nuestra colección del cinco por ciento de animales en peligro de extinción que había entonces hacia nuestra ambición final: centrarnos en la cría en cautividad de especies en peligro de extinción con la intención de lograr una posible reintroducción en su hábitat, como en el zoo de Jersey de Gerald Durrell”.
 
Para lograr ese objetivo hacía falta un nombre (Parque Zoológico de Darmoort), un logotipo (actividad de la que se encargó Katherine, la esposa de Ben, hasta que no pudo a causa de la enfermedad) y dinero para ponerlo todo en marcha. Un dinero que no terminaba de llegar y cuya carencia asfixiaba a los implicados en la empresa. Y todavía faltaba la peor de las noticias: el tumor cerebral de Katherine se había reproducido y esta vez los médicos ofrecían pocas esperanzas para su recuperación. Fueron unos meses muy difíciles.
 
Aunque tras la muerte de Katherine Ben sintió como “si tal vez el zoo pudiera empezar a importarme un pimiento, en realidad si me importaba. Técnicamente veía que todavía era posible”. A la contratación del personal capaz del cuidado de los animales se sumaba el acondicionamiento del restaurante, una pieza clave para el éxito de este negocio, tarea que supuso el encuentro con Adam, un hombre cuya principal contribución, además de solucionar los problemas, fue “el optimismo”.
 
El Autor
Benjamin Mee estudió psicología en la University College London y se especializó en periodismo científico en el Imperial College. Ha trabajado para la revista Men’s Health y durante varios años ha tenido una columna propia en The Guardian. Sin embargo, la vida le dio un vuelco el día en que, junto con su familia, decidió hacerse cargo de un zoo. Desde entonces trabaja como director del Parque Zoológico de Dartmoor, en Devon (Inglaterra), tarea que combina con la de escritor y la de padre de dos hijos. 
 
Redacción

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