Retratos de nuevos creadores

Elisa Beltrán de Heredia o el arrobamiento de la abstracción

Elisa Beltrán de Heredia, en su estudio

Elisa Beltrán de Heredia, en su estudio

Foto: M.G

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Su mano pincelada, arrebatada de abstracción, aunque adiestrada en la figuración y el realismo, vive en una constante alborad.

Apenas ha descollado el cuarto de siglo en su rostro; habla con la pasión de lo recién fundado, con la pasión de lo que día a día se está inaugurando: una vocación nacida tan visceralmente, tan naturalmente, que no sabe decir cuándo. Siempre estuvo ahí, acompañándola. Ella dejaba que creciera mientras su niñez se coloreaba con la pastosidad de las ceras y las primeras pinceladas al óleo dadas en unas primevas clases de pintura que logró para sí gracias a un premio escolar de pintura.

 

La historia de Elisa Beltrán de Heredia (Valladolid, 1992) es la historia de unas líneas paralelas que casi como un milagro del que la geometría no es capaz, acaban por unirse. Posa para el bolígrafo y la libreta, dibujándose con palabras frenéticas. Cuenta con vigor sus nueve años, cuando empezó a formarse: estrato sobre estrato, técnicas y estilos que iban arrebujándose en la memoria sentimental de su mirada. La adolescencia y un año de Derecho lo frenó todo, dice ella. Pero no: esa pulsión infantil se fue convirtiendo en un vigoroso torrente de vocación. No hubo freno, sino reflexión. La vocación a menudo necesita años de silencio para resurgir de nuevo.

Paz. / Foto: M.G.



Sus geométricas facciones sólo rompen su armonía, muy levemente, como una sutil respuesta natural, cuando se le llama artista. Aún no se reconoce del todo en las fronteras que encierran el término. Lo es, quiere serlo. Sin embargo, parecen sus facciones decir: ¿qué es ser artista? El tópico habla de personas extravagantes que se rodean de auras de especialidad. Si es eso, ella no lo quiere. A fin de cuentas, es una chica normal, como todas, con esa pulsión que la mueve a encerrarse allá donde puede y deshacerse en un lienzo en el que, a cada pincelada, se funda el mundo.

 

El despertar de la vocación

La vida del genio no es una vida solitaria. Elisa lo sabe bien. Abotargada entre códigos legales, fue uno de sus hermanos quien le animó a dejar Derecho, en una de esas operaciones que se dan en el seno de la hermandad. “Déjalo, que te apoyaremos con papá y mamá”. Cuando la familia forma un frente común, no hay quien pueda abrir brecha. Y cambió los códigos por las paletas cromáticas de la arquitectura de interiores. ¡Cómo se le dibuja una sonrisa cuando lo cuenta! Algo parecido debió sentir aquel encadenado que logró desasirse de sus ataduras y salir más allá de los límites de la caverna platónica.

Dos grabados de Elisa Beltrán. / Foto: M.G.



Pero la pintura, esa vocación, seguía dormida hasta que apareció una figura, cada vez menos común y siempre necesaria: el buen profesor. Un profesor que zarandeó la somnolencia de esa vocación adormecida y la despertó. Desde entonces, un frenesí que fue encauzándose gracias a una hermana, que la animaba a exponer, a presentarse a este y aquel certamen. Y de repente, en una de esas conjuraciones de la vida que unos llaman Providencia y otros Destino, empezaron a llegarle mensajes interesándose por su trabajo y comenzaron las redes sociales, internet… “No ha habido nada planeado”, dice. Recién llegada de la Fundación Antonio Gala, en la que ha sido becaria, con el mismo convencimiento con el que César supo que la suerte estaba echada más allá del Rubicón, sabe ella que quiere ser artista.

 

“Una vagabunda de la pintura; estar sin estar”. Se refiere al mundo del arte; ese mundo privado en el que se reparten certificados y permisos de residencia en función de a saber qué criterios. “¿Qué tengo que hacer: ir a la inauguración de un artista o a ver su obra?”, se pregunta. Y en la pregunta se condensa la realidad de un mundo complejo. Ella opta por lo segundo. Aunque no lo verbaliza, quiere ser fiel a sí misma, a su propio arte. Lo demás son añadiduras de mejor o peor trago, como que cada vez más, le pidan cuadros. Y es sincera, de dos manotazos se quita los tópicos: “Claro que me interesa vender cuadros, pero no es el principal objetivo”. Sin mercado también habría arte. Si no vendiera, seguiría pintando. Si su arte estuviera condenado al anonimato de una bohardilla vallisoletana, seguiría creándolo.

'Los sueños contados' y 'Chantarella'. / Foto: M.G.



Su mano pincelada, arrebatada de abstracción, aunque adiestrada en la figuración y el realismo, vive en una constante alborada; es la mano parturienta que alumbra, la mano que avanza, adelantándose al amanecer de la vida, para amanecer de súbito entre las dimensiones ordenadas, cuadriculadas -ella es un poco así, dice- de un lienzo que permanece virgen, esperando a ser fecundado para obrar el milagro, el milagro de la obra de arte. Es Beltrán de Heredía el ensimismamiento de naturaleza compartida entre la reflexión y el gozo; un sentimental arrobamiento.

 

Para conocer más sobre la artista y su obra

A. Petit

A. Petit

Álvaro Petit Zarzalejos, es periodista y escritor. Fundador y editor de Ritmos 21, ha entrevistado a algunas de las personalidades más relevantes de la cultura española de los últimos años. Como escritor, ha publicado el poemario Once Noches y Nueve Besos (Ediciones Carena 2012) y Cuando los labios fueron alas (Ediciones Vitruvio).

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