Alejandro Gutiérrez Liarte

La cuarta pared

A patadas con la cuarta pared. Debemos atravesar esa fina barrera que nos separa de la pantalla y ser partícipes, en la medida de lo posible, del gran regalo que nos entrega todo aquel que dedica su vida al cine. Encontremos una nueva fórmula de interacción entre el cine, nuestra pasión, y nuestra vida.

Veterinario, jugador de rugby, y aficionado al cine y a las letras.

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El arte de la música en el cine

Whiplash.

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Alejandro Gutiérrez Liarte inaugura el blog 'La cuarta pared' en Ritmos 21 con un reconocimiento al papel de la música en el séptimo arte.

Es imposible entender nuestro querido séptimo arte sin la integración de una infinidad de disciplinas que lo enriquecen. Sería imposible plasmar en un papel todos aquellos elementos que componen y definen una buena película, como es el vestuario, el maquillaje, la fotografía, el sonido, etc. Pero, como no, siempre nos quedará en un apartado especial la música. Es, en muchas ocasiones, la música la que define los mejores momentos y la intensidad de una película. Es la música la que consigue transportarnos a los momentos más místicos que podemos experimentar en una sala de cine.

 

El cómo una guitarra es capaz de invadir nuestro cuerpo de sentimientos es algo que el cine explota de la manera más perfecta

Es imposible hablar de la música en el cine sin acordarnos de los grandes clásicos que a través de sus canciones han quedado para siempre en nuestra retina, Grease, West side story, Cantando bajo la lluvia, etc. Sin embargo, no es el objetivo de este pequeño post redescubrir alguno de estos clásicos, o alabar una vez más a la redondísima La La Land, con uno de los finales más perfectos que el autor recuerda en muchos años. Antes de llegar a la próxima estación en este post, sería injusto también hablar de música en el cine sin mentar a uno de nuestros maestros, el gran Carlos Saura, que de hecho, hace ya tiempo que se dedica prácticamente al cine documental musical. Es importante para entender estas reflexiones adentrarse en una de las historias más oscuras de Saura, como es la terrible el 7º día, donde la música ejerce como hilo conductor de una historia que mezcla la alegría y la oscuridad a través de un pentagrama de una manera soberbia. Todos aquellos que la hayan visto sabrán de que les hablo, y los que no, tienen deberes para el próximo fin de semana.

 

Pero, lejos de ir analizando cada una de las películas que haya podido emplear de manera aseada y correcta este arte musical, es más interesante hablar de aquellas películas que centran su argumento en la música, siendo ésta la auténtica protagonista de muchas cintas. En este caso me vienen varios títulos a la cabeza, como Radio encubierta, en la que a través del papelón de Philip Seymour Hoffman se nos contaba la historia real de la emisora de radio pirata que inundó (y nunca mejor dicho) de rock and roll la juventud británica. Tampoco podemos ni debemos olvidarnos de la archiconocida y premiada Whiplash, en la que la oscura pasión de J.K Simmons como profesor en el Conservatorio de música de la costa este de Estados Unidos lleva al protagonista y al espectador a una frenética locura.

Sing Street.



Así, y tras el buen aluvión de títulos que han ido cayendo ya en este artículo, quiero detenerme un poco más en una preciosa película (musical a más no poder) estrenada el pasado año y que, por desgracia, ha pasado desapercibida para muchos. Sing Street, innegablemente irlandesa en sus planteamientos y en su triste bondad, gira progresivamente y de manera genial alrededor de una música excelente que jamás deja de destacar. El director John Carney, que ya nos había regalado Begin again, sigue jugando con una de sus fórmulas fetiche y a través de la música consigue que una película normal se convierta en algo excelente. La película narra la historia de un adolescente que aterriza en un colegio de rígida disciplina católica, y de la música que él compone como vía de escape a unos problemas que se extienden a un hogar roto, en el que solo halla consuelo en su rockero hermano. Rompe completamente el filme la aparición, brillante y tierna al mismo tiempo, de Lucy Boynton como la musa perfecta de nuestro desdichado chaval. También la sencilla y poderosa interpretación de Jack Reynor como el hermano mayor, guía, consejero y gurú de la música. La progresión que experimenta el personaje, desde una perfecta primera escena, en compañía de su guitarra, al triste pero esperanzador final cierra una película de gran belleza, y, sobre todo, innegable calidad musical. No podemos olvidar de alguno de los temas que nuestro alocado rockero toca durante los 105 minutos de buen cine, como una trepidante Drive it like you stole it, o una profunda To find you. No os defraudará.

 

En definitiva, es justo y necesario detenernos a meditar en el papel de la música en todo el cine que nos rodea, dotándolo de potencia, de intensidad, de ritmo, de ánimo, y en ocasiones, de tristeza. El cómo una sola guitarra es capaz de invadir nuestro cuerpo de sentimientos y emociones es algo que el séptimo arte aprovecha y explota de la manera más perfecta y completa posible, creando una simbiosis, un mecanismo de cooperación que lleva a ambas artes al más alto de los escalones.