Fernando Alonso Barahona

Razones para el Siglo XXI

Fernando Alonso Barahona (Madrid, noviembre 1961). Abogado y escritor. Jurado de premios nacionales de literatura y teatro. Colaborador en numerosas revistas de cine y pensamiento así como en obras colectivas. Ha publicado 40 libros. Biografías de cine (Charlton Heston, John Wayne, Cecil B De Mille, Anthony Mann, Rafael Gil...) , ensayos (Antropología del cine, Historia del terror a través del cine, Políticamente incorrecto...) historia (Perón o el espíritu del pueblo, McCarthy o la historia ignorada del cine, La derecha del siglo XXI...), novela (La restauración, Círculo de mujeres, Retrato de ella...) poesía (El rapto de la diosa) y teatro (Tres poemas de mujer).

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Blasco Ibañez, la pasión de una vida literaria

“Soy un hombre que vive, y – además- cuando le queda tiempo, escribe".

M.A.R. Editor publica en esta primavera una Antología de cuentos escritos por Vicente Blasco Ibáñez (Vicente Blasco Ibáñez, Cuentos reunidos, M.A.R. Editor, 300 páginas, formato 21,6 por 15 cm, con solapas. 2016). Es una buena oportunidad para recordar a un escritor de recia personalidad y vida aventurera. Uno de los grandes de su siglo.  

 

Agitador político, periodista, ilustre viajero, conferenciante exaltado, amante de la libertad, famoso en los Estados Unidos por sus obras cosmopolitas, pero sobre todo novelista, Vicente Blasco Ibáñez alcanzó en vida la gloria literaria y lo mejor de su producción aún mantiene intactos hoy su atractivo y su grandeza. Sus obras se llevaron al cine y a la TV desde los inicios del cine mudo hasta el cine contemporáneo sin olvidar las series de TV. Incluso el gran Berlanga se atrevió con una película para televisión sobre su vida y biografía. Y es que la peripecia vital de Vicente Blasco Ibáñez es materia de una novela y de varias películas tan audaces y fascinantes como las que el autor valenciano escribiera.

 

Nacido en Valencia el 29 de enero de 1867, Blasco escribía en 1927 una larga carta a su amigo Isidro López Lapuya (que se reproduce en la edición de sus obras completas) en la que cuenta de forma sugestiva y apasionada los avatares de su vida y su obra (esta carta y otra anterior, de 1918, dirigida a Julio Cejador, constituyen una sin par autobiografía personal y literaria): “Nací en Valencia, patria de Sorolla y de Benlliure (…) a los catorce años tenía escrita una novela, de las de capa y espada (…) Es que soy un agitador, un artista enamorado de la acción”.

  

En 1891 Blasco funda el diario El pueblo, de tendencia republicana y sus soflamas políticas le acarrean la ruina y la cárcel. La crisis del 98, con la tremenda pérdida de valores y, sobre todo, de confianza, en el futuro de España, encuentra al novelista completamente entregado a una causa política que se resume en la total oposición al estado de cosas de la España de final del siglo XIX. Su obra folletinesca La araña negra, anticlerical (contiene un duro ataque a la Compañía de Jesús), le proporcionaría fama y polémica (el autor renegaría de ella años después, calificándola como “muy mala”), pero es en 1894 cuando Arroz y Tartana –pura novela valenciana– revela su talento como escritor costumbrista capaz de combinar el melodrama, la pintura de la sociedad de la época y la aguda descripción psicológica de los personajes.

 

Blasco admira a Zola (será llamado, abusivamente, el Zola español, cuando él admite que su única obra zolesca es Arroz y tartana) y, sobre todo, a Víctor Hugo (“No lo admiro. Lo adoro”), con quien tiene numerosos puntos de contacto tanto literarios como ideológicos. Su visión del arte se resume en una certera expresión: “El que verdaderamente es novelista posee una imaginación semejante a una máquina fotográfica, con el objetivo eternamente abierto (…) Yo he sido un hombre de acción, que he hecho en mi vida más que libros”. Los cuatro jinetes del Apocalipsis fue escrita en un cuartucho de París, cuando los alemanes estaban a menos de doce kilómetros de la ciudad y se escuchaba el traquetear de los fusiles. En realidad casi todos sus novelas son producto de sus experiencias vitales. En ellas no hay artificio y el sentimiento se impone siempre a la razón. Como los grandes pioneros de Hollywood, la vida de Blasco podría servir de argumento a numerosas películas, y como Cecil B. De Mille, Raoul Walsh, Howard Hawks, King Vidor o John Ford, era un tipo que además del arte amaba la vida. No en vano declararía en una ocasión: “Soy un hombre que vive, y –además- cuando le queda tiempo, escribe”. Por ello, no es de extrañar que el cine le fascinara desde su inicio. Cuando una productora de Barcelona le propone en 1916 una adaptación de Sangre y arena, Blasco pide participar en la realización, cosa que hace junto a Salvador Castelló. 

 

Después conocería el éxito universal, tanto en novela como en película de Los cuatro jinetes del Apocalipsis (Rex Ingram, 1922) y Sangre y arena (Fred Niblo, 1921) ambas protagonizadas por el mito del momento, Rodolfo Valentino.

   

El éxito alcanzado fue notable y sirvió para catapultar a Blasco al estrellato. Pocos autores españoles podían presumir de ver sus novelas adaptadas al cine por la industria de Hollywood y además con la estrella del momento, Rodolfo Valentino.

 

Y para Hollywood escribiría un guión novelado, El paraíso de las mujeres. La génesis la explicó el propio autor. Tras el éxito de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, recibió de Nueva York el encargo de escribir un relato novelesco que pudiera servir para una obra cinematográfica. El resultado fue esta revisitación de Liliput y del famoso Gulliver de Swift que combina la mordacidad y el ingenio con la pura fantasía. A Blasco se le pidió un guión, pero entregó una novela que enseguida fue publicada como tal, en tanto que la película quedó atascada (hablamos de 1922) porque “fui amontonando tales dificultades de ejecución que los ingenieros norteamericanos aún no han podido encontrar el modo de que aparezcan en el lienzo luminoso”.

 

Los libros fueron, desde luego, la principal trayectoria de Blasco Ibáñez, sus novelas valencianas  en primer término. Arroz y tartana, La Barraca, Cañas y Barro (tal vez sus dos obras maestras con una prodigiosa descripción de tipos humanos y un erotismo a flor de piel, pegado a la tierra y al río), Entre naranjos, Sonnica la Cortesana –ambientada en la época cartaginesa-. Después el horizonte de Valencia se expandió en obras como Los muertos mandan, ambientada en las islas Baleares, sociales: La catedral, El intruso, La Bodega, La Horda, a veces atravesadas de anticlericalismo pero también de pesimismo como el desenlace trágico de La catedral en la que el idealismo utópico perece ante la presión innoble de la masa.

 

Pronto llegaron las novelas americanas fruto de sus aventuras en Argentina y en Estados Unidos: La tierra de todos, Los argonautas, y las más cosmopolitas, las que se convirtieron en best sellers mundiales: Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Mare Nostrum, Sangre y Arena.

 

Y aún hubo tiempo para la historia, El papa del mar; las aventuras, El paraíso de las mujeres, En busca del Gran Kan; y de viajes, La vuelta al mundo de un novelista, La Argentina y sus grandezas

   

Pero en su vida hay mucho más. Cuando en 1909 abandona la política (sus ideas radicales de juventud se fueron tornando más pesimistas, mantuvo intacto su patriotismo españolista y se convirtió en un gran admirador de los Estados Unidos) viaja a Argentina, donde se establece como colono y llega a fundar una ciudad, la colonia Cervantes transformada después en Nueva Valencia en la provincia de Corrientes. Sin suficiente base económica la empresa realmente quimérica fracasaría años después.

 

El éxito internacional le hizo millonario y le hizo olvidar las privaciones de su juventud. Cuando muere el 28 de enero de 1928 se hallaba en la cumbre de su fama. Blasco había nacido, en verdad, novelista (“llevaba dentro de sí el instinto”); por ello, aunque en ocasiones aparezca la imperfección en su obra, ésta no es producto sino de su propia fuerza vital. Sus descripciones poseen una fuerza vigorosa, casi cinematográfica, en las páginas de sus libros hay pasión, argumentos complejos, erotismo, evocaciones históricas, luminosidad y personajes profundamente reales y veraces.

  

El cine mudo español, apenas un amago de industria y arte se ocupó de Sangre y arena (con la colaboración del propio escritor) y Entre naranjos (Albert Marro, 1914). De mayor relevancia es La bodega, de 1929, película del pionero Benito Perojo protagonizada por Concha Piquer.

 

Pero fue Hollywood quien encumbró la obra de Blasco con las referidas Los cuatro jinetes del Apocalipsis, 1921, y Sangre y arena, 1922. Ambas conocerían nuevas versiones esplendorosas, la primera en 1962 dirigida por Vincent Minnelli con su habitual maestría y gran sentido estético y protagonizada por Glenn Ford, Ingrid Thulin y Charles Boyer, y la segunda en 1941: con Rouben Mamoulian en la dirección y un reparto de lujo encabezado por Tyrone Power, Rita Hayworth, Linda Darnell y Anthony Quinn. Esta película magistral reproduce a la perfección el mundo colorista y apasionado de Blasco. La novela aún conocería un nuevo acercamiento en España, la versión de 1989 de Javier Elorrieta, modernizando la época, acentuando el erotismo y descubriendo a una turbulenta y sensual Sharon Stone en el papel de la mujer fatal que seduce y destroza a los toreros y a cuantos hombres se colocan a su alcance. 

 

También Mare Nostrum (espías en el Mediterráneo durante la Primera Guerra Mundial) fue filmada en 1925 por Rex Ingram, en tanto que Fred Niblo se ocuparía en 1926 de La tierra de todos, con Greta Garbo. Y, finalmente, Alan Crosland fue el responsable de Los enemigos de la mujer (1923), Mare Nostrum conocería un afortunado remake en 1948, dirigida por el gran Rafael Gil y con María Felix y Fernando Rey como protagonistas.

  

En 1954, Juan de Orduña adaptó Cañas y barro, suavizando el texto original cuya crudeza se recuperaría en la excelente película para TV de 1978 escrita y producida por Mur Oti, dirigida por Rafael Romero Marchent y con Victoria Vera, Manuel Tejada, José Bódalo, Armando Calvo y Alfredo Mayo. Las otras grandes novelas valencianas se hicieron película en formato televisivo (1980): La barraca, con un gran guión nuevamente de Manuel Mur Oti y dirección de León Klimowsky (en el reparto encontramos a Álvaro de Luna, Marisa de Leza y Victoria Abril (1997): Entre naranjos de Josefina Molina y en 2003, Arroz y tartana de José Antonio Escrivá, con Carmen Maura, José Sancho y Eloy Azorín.

  

Pero aún hubo más; desde parodias, Ni sangre ni arena (1941), con Cantinflas, hasta nuevas películas mejicanas: la estimable Flor de mayo (1957) de Roberto Gavaldón, nada menos que con María Felix y Jack Palance, La barraca (1944) también de Gavaldón. Y rarezas como una miniserie brasileña de 1968 sobre Sangre y arena.  

 

Y la mencionada película sobre su vida producida en 1997 por TV española y dirigida por Luis García Berlanga, valenciano como él y admirador de su obra y su personalidad. En este peculiar y desenfadado acercamiento Ramón Langa encarnó al novelista, en tanto que Ana Obregón era el amor de su vida juvenil.

     

Blasco Ibáñez dio la vuelta al mundo como hombre y como novelista, reflejó la pasión de vivir en sus novelas y el cine universal le ha rendido homenaje. Sus personajes han renacido en la mirada y en la figura de Rita Hayworth, Greta Garbo, Sharon Stone y María Felix, o en Tyrone Power, Glenn Ford y Rodolfo Valentino, sin olvidar a José Bódalo, Carmen Maura, José Sancho o Victoria Abril. Secuencias como la seducción de doña Sol a Juan Gallardo mientras la mujer del torero contempla aterrada la humillación, o la cogida y muerte del torero mientras el público ruge ávido de sangre han pasado ya a la historia del cine. Como las descripciones de la huerta valenciana en La barraca o la pasión desmedida y trágica de Cañas y barro.

  

Político, aventurero, vitalista, moderno en su concepción de la literatura popular que supo universalizar sin dejar de ser fiel a su origen valenciano, Blasco Ibáñez es una fuerza de la naturaleza que seguirá fascinando al lector que se acerque a su obra.

 

La edición de los mejores cuentos de Blasco Ibáñez nos dibujan una parte esencial de su talento, son cuentos escritos con el corazón, sin pensar en sus ventas, centrados en el alma de personajes, en pasiones y escenarios valencianos o cosmopolitas. Cuentos en suma de vida y palabras.