Fernando Alonso Barahona

Razones para el Siglo XXI

Fernando Alonso Barahona (Madrid, noviembre 1961). Abogado y escritor. Jurado de premios nacionales de literatura y teatro. Colaborador en numerosas revistas de cine y pensamiento así como en obras colectivas. Ha publicado 40 libros. Biografías de cine (Charlton Heston, John Wayne, Cecil B De Mille, Anthony Mann, Rafael Gil...) , ensayos (Antropología del cine, Historia del terror a través del cine, Políticamente incorrecto...) historia (Perón o el espíritu del pueblo, McCarthy o la historia ignorada del cine, La derecha del siglo XXI...), novela (La restauración, Círculo de mujeres, Retrato de ella...) poesía (El rapto de la diosa) y teatro (Tres poemas de mujer).

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Roma, ciudad de cine

Escena de "La dolce vita".

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Agosto, mes de vacaciones, invita a viajar, y de todos es sabido que los viajes –y los caminos– conducen siempre a Roma.

 

Pocas ciudades tan cinematográficas como Roma, no porque el encanto de sus calles (ahí están Londres, Madrid, París o Viena) no inspiren películas o historias apasionantes, sino porque la capital de Italia, la Roma eterna, es capaz de revivir recuerdos del más variado origen, desde el Imperio romano al romanticismo de la Fontana di Trevi o el fervor religioso de la Basílica de San Pedro y la Capilla Sixtina en el Vaticano, sin olvidar la historia derramada a lo largo de más de 20 siglos de historia fértil y apasionada.

 

Roma es una maravillosa sucesión de estampas vivas de arte e historia, de ahí su carácter eminentemente cinematográfico, pues sólo el cine es capaz de dotar de vida las postales estáticas de una ciudad que encierra mil y un historias en cada uno de sus rincones.

 

Vacaciones en Roma (1953), de William Wyler, con Gregory Peck y Audrey Hepburn, es una deliciosa comedia que ha marcado un arquetipo casi simbólico de la ciudad en el siglo XX: los protagonistas recorriendo las calles, el Coliseo, la Plaza de Víctor Manuel en una Vespa de dos asientos... Hoy en día, esta imagen se encuentra en todos los puestos de souvenirs y en todas las tiendas de recuerdos de la ciudad.

 

 

Rossellini filmó el drama del final de la Segunda Guerra Mundial en Roma ciudad abierta (1946), en tanto que Federico Fellini inmortalizó la Fontana di Trevi (la fuente de los deseos) en La dolce vita (1959), un prodigioso mosaico de imágenes de la ciudad salpicadas por el erotismo a flor de piel de Anita Ekberg (la película recrea además el famoso striptease de una bailarina en el restaurante Rugantino del barrio del Trastevere).

 

Fellini volvería su mirada irónica a la ciudad en Roma di Fellini (1970), una inteligente caricatura de los más variopintos tipos humanos que pululan en un escenario urbano. En cuanto a La Fontana di trevi, aparecería de nuevo esplendorosa en Creemos en el amor (Three coins in the fountain) de Jean Negulesco, una maravillosa comedia de amor, romance y lujo.

 

Roma asoma en Aventura en Roma de Melville Shavelson (1962) con Charlton Heston y Elsa Martinelli (comedia de aventuras durante la Segunda Guerra Mundial, un título insólito en la filmografía de Heston) y en el melodrama La primavera romana de la senora Stone (1965), la última película de un mito como Vivien Leigh.

 

Y la historia antigua de la ciudad es motivo de inolvidables películas. La Roma imperial es todo un género cinematográfico, recordemos Ben Hur de William Wyler (1959), la película se rodó en los estudios romanos de Cine Citta, de tal modo que la imagen de Charlton Heston conduciendo una cuadriga es otro de los iconos de la Roma moderna. Ahora una nueva versión del clásico trata de recrear la historia de los tiempos de Cristo que escribiera el general Lew Wallace. Pese a los efectos modernos es una vana pretensión, la película de Wyler es inmejorable y Judah Ben Hur es para siempre Charlton Heston.

 

 

Y por supuesto están maravillosos relatos épicos y dramáticos: La caída del Imperio Romano (1964), de Anthony Mann (y su inconfesado remake Gladiator de Ridley Scott), y Quo Vadis? de Mervin le Roy, también El signo de la Cruz (1932) de Cecil B. de Mille, o Espartaco (1960), la obra maestra de Stanley Kubrick.

 

El esplendor de Roma, sus mitos como Julio César o Marco Antonio, los tiranos como Nerón y Calígula, el nacimiento del cristianismo, los mártires de la fe, la conversión de Constantino... Estos personajes reviven en docenas de películas que recrean la vida romana, sus defectos y sus virtudes, su orgullo y crueldad, pero también su talento. En la Roma actual el paseo por el Foro Romano, las ruinas del Coliseo, el Templo de las Vestales, las Catacumbas o el Foro de Trajano nos devuelve el aroma mágico de una época fascinante.

 

Y junto a la historia antigua la moderna (el risorgimento contado por Luchino Visconti en las bellas Senso o El Gatopardo), el florecimiento de la ópera (que revive Franco Zeffirelli en La Traviata) y el apogeo del arte del Renacimiento. El espectáculo mayúsculo de la Capilla Sixtina nos trae el recuerdo de El tormento y el éxtasis (1965), la gran película de Carol Reed, con Charlton Heston en el papel del genio Miguel Angel.

 

Y por último la Roma religiosa, la historia de los Papas, la huella del Mensaje de Cristo en la Plaza de San Pedro y en las múltiples iglesias que pueblan una ciudad donde el arte se ha convertido en historia y en escenario de la vida cotidiana.

 

Una Roma multiforme y variopinta que invita al regreso (no en vano todos los caminos conducen a Roma). Y entretanto el recuerdo de su imagen atrapada en un puñado de películas emblemáticas que recogen su espíritu mejor que el más hábil de los documentales. Y es que Roma es historia, narración y vida, y no una sucesión de estampas impresas en el tiempo.   

 

Roma eterna, mágica y permanente.

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