Primera Parte

Seres sociales: esencia

Este es el primer artículo de la serie 'Seres sociales' que inaugura el economista Mario Rodríguez Guerras.

El ser humano es un ser limitado. El ser humano debe ser como el pato, debe saber hacer un poco de todo sabiendo que todo lo hace mal pero sabiendo que así debe ser para poder mantener su existencia. Desarrollar una facultad conllevaría renunciar a poseer otras que habrán de ser necesarias en su vida. Ese ser también tiene limitada su capacidad de conocer. A un hombre no se le puede imponer que lo conozca todo ni que conozca cada cosa a través de las diversas formas de conocimiento.

 

El Estado tiene su origen en la agrupación de clanes

De vez en cuando, aparecen hombres que alcanzan un conocimiento más profundo de ciertas cosas, incluso, de muchas cosas. De esos hombres se acaba por esperar que lo sepan todo pero no son el Oráculo de Delfos, no poseen la verdad absoluta y, en muchas cuestiones, son auténticos ignorantes. La superioridad en una parcela, ya de la vida material ya del conocimiento, no supone una superioridad absoluta de un hombre sobre otros.

 

Pero el hombre corriente se debe sentir tan huérfano de conocimiento y tan hambriento de verdad que confía en que otros le ofrezcan algunas respuestas y mucha esperanza. Al hombre superior le convierten en Superior quienes le encumbran, quienes quieren que la verdad satisfaga sus intereses, la masa.

 


 

La sociedad es la organización racional y colectiva de la existencia. El Estado tiene su origen en la agrupación de clanes. Los miembros de la sociedad siguen poseyendo la mentalidad de los miembros de un clan porque la sociedad ha heredado su esquema –y su conducta. No es de extrañar que quienes intentan conocer la naturaleza y la conducta del hombre moderno recurran al estudio de sociedades primitivas y de los animales. Sí, al ser humano se le compara con los animales.

 

Esa organización no es tan racional como se ha indicado, los clanes se unieron mediante acuerdos o imposiciones. Pero que el acuerdo sea un acto racional no implica que lo acordado también lo sea. Y un acuerdo puede consistir en un reparto que beneficie a los firmantes pero que perjudique a todos aquellos a quienes los firmantes representan.



El origen de los clanes era la familia. Es muy probable que en una época muy lejana los padres se desentendieran de los hijos, pues no tenían conocimiento de lo que era la fecundación ni, de tenerle, hubieran tenido conciencia de la paternidad pues tampoco existiría ni el matrimonio ni la monogamia. La familia y el grupo no poseían un valor conceptual ni económico, mucho menos demostraban status, para ello, habría que esperar a que el mundo se racionalizara. En esas circunstancias, las hembras habrían adquirido una influencia en el grupo al percibirse que el cuidado de las crías generaba relaciones, que se habrían conceptualizado, y ese poder se les habrían usurpado los hombres en el neolítico estableciéndose formas concretas de poder, de autoridad y de jerarquía. Dicho de otra forma, esa organización estaría completamente fundada en el sometimiento, desde el punto de vista del poderoso, y, en la sumisión, desde el punto de vista del sometido.

 

Como demuestra el síndrome de Estocolmo, una persona que se ve obligada a aceptar una imposición que rechaza tiene que acabar por asumirla como una verdad y como un ideal propio si quiere subsistir física y emocionalmente en ese entorno, ya se trate de un entorno familiar o social. Rechazar una imposición puede conllevar sufrir la violencia física de la autoridad que establece las normas y sufrir, así mismo, emocionalmente por la contradicción entre sus deseos y la realidad. Habría otras consecuencias. En el caso de estar legislado el hecho, se sufriría una condena. Y, en el caso de tratarse de una costumbre arraigada, el rechazo del grupo, es decir, el rechazo de los propios sometidos. La aceptación de la injusticia conlleva rechazar los valores y los principios propios y universales pero es un mecanismo para la supervivencia. La consecuencia es la negación de la verdad y la expansión de la injusticia, es decir, el establecimiento de una sociedad imperfecta.

 

En ese sistema completamente estructurado, el individuo social debe integrarse en su correspondiente clan. Algunos seres sociales podrán creer durante algún tiempo que el mundo es perfecto y que no están condicionados ni ellos ni la sociedad por las imposiciones de los poderosos pero acabará por llegar el día en que se vean en la tesitura de apoyar al clan, que les proporciona la integración social y el medio de su sustento, o la verdad.

 

Cualquier cosa vale si con ella se domina o se convence a los seres sociales

Al estar obligado a integrarse en un clan, el hombre que se creía honesto deja de serlo pero no llega a considerarse deshonesto pues lo que hace es buscar y encontrar una explicación para su conducta: Él ha ascendido a otro nivel, en ese nivel, posee ahora mayor poder pues ha ejercido una fuerza contra la verdad y la ha vencido. La explicación con la que se justifica y con la que evita reconocer su falta de honestidad es el triunfo. Si hay un triunfo, es que la verdad estaba de su parte. Es el mismo pensamiento mágico con el que la iglesia sometía a la prueba del hierro al rojo a los acusados; y el mismo con el que el brujo de la antigüedad afirmaba llegar al mundo de los espíritus ante los que intercedía por sus seguidores; y el mismo con el que los magos leen las hojas del té. Cualquier cosa vale si con ella se domina o se convence a los seres sociales, lo esencial es ocultar la verdad, si acaso, debajo de una hermosa ilusión, y, si no es posible ocultarla, se procede a negarla.

 

No todo el mundo se resigna a soportar la imposición injusta de quien posee la fuerza o la autoridad. En el tiempo de la esclavitud, muchos esclavos eran azotados porque, una y otra vez, desobedecían a su amo. Se enfrentaba el derecho natural al objetivo y el señor veía solo la desobediencia sin entender la superioridad del derecho que asistía al esclavo respecto del suyo. Con esa justificación, el amo azotaba al esclavo con el fin de quebrantar su voluntad. Esa incomprensible actitud del esclavo por parte del hombre moderno, que no comparte su punto de vista ni su conducta porque él se ha resignado al poderoso o se ha vuelto poderoso, dice más de la naturaleza humana y de su grandeza que la del hombre blanco, el creador de la sociedad moderna y de todos los valores racionales. El esclavo era todavía, frente al hombre sometido a la imposición social o la imposición externa, un hombre autónomo con consciencia de sí mismo, es decir, con consciencia de su voluntad. Mientras que el poderoso hombre blanco poseía el poder en virtud del marco legal que había establecido una sociedad – aunque esa ley le llegara hasta el siglo XIX desde el neolítico.

 

Ese esclavo se percataba de la injusticia y, como creía en las ideas, las defendía; y lo hacía de la única forma que le era posible hacerlo, soportando el dolor que se le infligía por defenderlas, como soportaría las heridas que un enemigo le causare al defender su poblado. Su señor, en cambio, había sustituido lo ideal por lo racional, porque con ese cambio adquiría ventajas. El esclavo ingenuo concebía un orden universal y natural; el resabiado hombre blanco perseguía el poder y se valía de la razón. Deberíamos dejar de alabar al hombre racional pero tampoco podemos afirmar, de modo absoluto, que la intuición sea la mejor consejera.

 


 

Hemos superado el régimen de esclavitud, según nos dicen, y el hombre moderno se ve libre de los errores del pasado. Pero resulta que, en el pasado como hemos visto, lo que hoy se tiene por errores se contemplaba, en su momento, como derechos.

 

Digamos, entonces, que, hoy como ayer, admitimos nuestra forma de vida y nuestras costumbres solo porque coinciden con nuestra forma de entender la organización del mundo. Obramos de acuerdo con el mismo criterio con el que juzgamos nuestros actos y resulta ¡qué casualidad! que nuestras obras nos parecen justas. Esperemos a ver qué opinan nuestros descendientes dentro de cincuenta años, es muy posible que cuestionen nuestro proceder como cuestionamos nosotros los hechos del pasado al valorarlos con otra mentalidad.

 

Si la Guerra de Secesión de EE.UU. la hubiera ganado el Sur es muy probable que el Ku Kux Klan no hubiera tenido el final feliz que nosotros contemplamos. En tales circunstancias, la organización hubiera adquirido más poder y su ideología se hubiera consolidado en esa sociedad. Pertenecer al Klan hubiera sido la aspiración de los más nobles ciudadanos porque el noble ciudadano es aquel que admite su sociedad tal y como es, especialmente, respetando el poder del poderoso, lo que es o bien sumisión o bien aspiración de dominio sobre los demás hombres. El mal ciudadano sería aquel que se cuestionara el derecho del Klan a existir y la moralidad de sus miembros porque estaría cuestionando las instituciones sociales o, lo que es lo mismo, a la propia sociedad. En ese mundo posible (y solo hay que mirar cómo se pisotean los derechos individuales en infinidad de países para entender que eso hubiera podido ocurrir), el dolor de las víctimas no se hubiera contemplado como injusticia, hubiera sido el medio para un fin, exterminar a los hombres de color (en nuestro mundo tolerante hay que ser muy cuidadoso con los términos que se eligen)  y el castigo que merecen por su innata condición.



En el mundo social, son los poderosos quienes establecen qué es lo correcto y lo incorrecto, la verdad no importa, lo que importa es su verdad. La cuestión es quien tiene la fuerza y el poder para establecer la verdad. Y cada vez que alguien ha querido librarnos de la injusticia de un régimen tiránico lo único que ha ocurrido es que se ha sustituido un régimen por otro y una forma de injusticia por otra. En este sentido, nuestro mundo debe estar agradecido porque el poderoso ya no ejerza la violencia física del pasado pero solo los ciegos tienen derecho a pensar que no cometen injusticias de forma sibilina.

 

En ese mundo alternativo en el que el Sur hubiera dominado al Norte, advertiríamos de cuántas injusticias nos libró el Sur. Porque no podemos pensar que haber superado la esclavitud significa estar libre de pecado, nuestra sociedad debe estar cometiendo tantas injusticias como vemos cometen otras sociedades pero si percibimos el error ajeno es debido a que juzgamos sus actos con una mentalidad distinta a la suya y si no condenamos nuestros actos es debido a que obramos y juzgamos de acuerdo con una forma de entender el mundo. Pocas personas pueden juzgar con objetividad.  Ahí tenemos la constitución USA en la que los Padres, y no el Klan, juraron que todos los hombres eran iguales pero autorizaban la esclavitud. Y, cuando se acabó la esclavitud, se mantenía una segregación de hombres iguales por colores.

 

La revolución social ha permitido la crítica de las malas costumbres y su corrección

El Norte ganó la guerra y nos impuso su verdad. Aun cuando la verdad se contradijera con los hechos, nadie lo advertía ¿Por qué? Pues por lo dicho, porque era una imposición y el hombre se doblega ante las imposiciones. Si el poderoso establece una imposición hay que asumir que esa imposición es una verdad, en consecuencia, la igualdad del mundo consistía, en ese período, en que los hombres de distinta raza tuvieran derechos distintos, dijera lo que dijera la constitución, que es interpretable en cada tiempo y circunstancia. Los universales acaban sometidos a la interpretación de cada cual, imponiéndose en la sociedad el parecer del grupo que más fuerza posea. La verdad y la justicia no interesan porque no proporcionan ventajas, las ventajas se logran apropiándose de derechos ajenos. Lo universal se privatiza y se valora de tal forma que la posición del grupo de poder parece responder a la manifestación de un orden divino. La verdad, como todas las cosas buenas de este mundo, queda secuestrada y dispuesta al servicio del poder. Bueno soy yo, los de mi clan y los que nos apoyan; malos, los demás. Pero el punto de vista de mi enemigo es el opuesto, y estos conceptos resultan utilizados en la sociedad de forma tergiversada, parcial, interesada e injusta. Los conceptos sociales son tan falsos como la sociedad que los crea pues han sido elaborados para sostener esa falsedad, tanto la de la sociedad en sí como la de cada una de las instituciones en que se organiza.

 

El hombre social es un ser dependiente. La revolución social ha permitido la crítica de las malas costumbres y su corrección, desde un punto de vista temporal y parcial, pero debemos entender que lo que ha cambiado son las circunstancias en las que actúa el ser humano pero no ese ser humano.

 

Esperemos que no se haya entendido lo anterior como una crítica o análisis político. Todo lo referido son ejemplos de la conducta humana, nuestro interés es el hombre. Queremos decir que, cada vez que una sociedad critica una determinada conducta, se valoran los hechos como delitos, ya legales ya morales ya sociales, pero nunca como propios de la naturaleza humana porque el hombre vulgar no es capaz de adentrarse en la esencia de las cosas y apenas roza su superficie. La razón de esa interpretación vulgar es evidente pues, atendiendo a esa esencia, cada cual y cada tiempo podría cometer injusticia y, por eso mismo, el juicio con el que se condena al pasado sería igualmente injusto. Para salvar ese defecto, la sociedad y el ser humano “bueno”  poseen la hipocresía: Los hombres serán todos iguales pero tú, negro, ponte atrás.

Mario Rodríguez Guerras

Español, economista. Ha publicado diversos artículos en revistas digitales. Parte para sus escritos de una teoría del arte fundada en principios racionales que es capaz de explicar toda la historia del arte como una evolución predeterminada del pensamiento que genera las formas artísticas.

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