Fernando Alonso Barahona

Razones para el Siglo XXI

Fernando Alonso Barahona (Madrid, noviembre 1961). Abogado y escritor. Jurado de premios nacionales de literatura y teatro. Colaborador en numerosas revistas de cine y pensamiento así como en obras colectivas. Ha publicado 40 libros. Biografías de cine (Charlton Heston, John Wayne, Cecil B De Mille, Anthony Mann, Rafael Gil...) , ensayos (Antropología del cine, Historia del terror a través del cine, Políticamente incorrecto...) historia (Perón o el espíritu del pueblo, McCarthy o la historia ignorada del cine, La derecha del siglo XXI...), novela (La restauración, Círculo de mujeres, Retrato de ella...) poesía (El rapto de la diosa) y teatro (Tres poemas de mujer).

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Rafael García Serrano, el escritor soldado

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"Yo sirvo en la literatura como serviría en una escuadra. Con la misma intensidad y el mismo objetivo. Cualquier otra cosa me parecería una traición".

Se cumplen 100 años del nacimiento de Rafael García Serrano (Pamplona, 11 de febrero de 1917 – Madrid, 12 de octubre de 1988). Escritor y periodista, desempeñó su trabajo columnista o director en diversas publicaciones como Haz, Arriba, Siete flechas, El Alcázar o la agencia Pyresa

 

Francisco Umbral en su discutible, polémica pero apasionante Las palabras de la tribu, se refiere a García Serrano en el capítulo dedicado a los escritores de la Falange. Y le describe desde la lejanía ideológica con un respeto y una soterrada admiración que cala de veras en el lector. El autor de La fiel infantería y de centenares de artículos escritos con el corazón y la pluma sincera siempre viviría “cara al sol que menos calienta”. Honrado e independiente, insobornable en su talento de escritura.

 

La guerra civil fue el tema central de muchas de sus mejores obras. Cayó enfermo en la Batalla del Ebro con tuberculosis y, tras una estancia en el hospital, publicó Eugenio o proclamación de la primavera, una novela poética dedicada a Jose Antonio Primo de Rivera. Sobre esta bella narración repleta de esperanza y heroísmo escribió Rafael Narbona: Eugenio muere por la Patria, la Falange y el César. Soñó con un alba heroica y la conoció, haciendo callar «al álamo, el laurel y el mirlo», de los que habló Garcilaso, con su pluma imperial. Eugenio baja a la tierra, pero Rafael promete vengar su sacrificio con la vida de «diez bestias enemigas». Un falangista no causa baja. Sólo proclama la Primavera, que fructifica con su sangre perenne e inmortal. «Suenan unos disparos hacia la Iglesia de San Luis. Sobre el escudo se alza la noche: en primaveral consigna.

Garcilaso, como Valle Inclán y Pío Baroja, escriben sus huellas en las páginas cada vez más personales de Rafael García Serrano.

 

En 1943 publicaría su obra maestra: La fiel infantería. Con la paradoja de obtener el premio Jose Antonio Primo de Rivera y después sufrir la iras de la censura de Monseñor Pla y Daniel cuyo informe señalaba:

 

Examinada serena y objetivamente la novela 'La fiel Infantería', de don Rafael García Serrano resulta:

 

Que se proponen como necesarios e inevitables los pecados de lujuria en la juventud (págs. 195 y 302).

 

Que en la novela se describen varias veces cruda e indecorosamente escenas de cabaret y de prostíbulo en la juventud (págs. 195 y 302).

 

Está salpicada toda la novela de expresiones indecorosas u obscenas (págs. 76, 86, 96, 155, 263, 276 etc.).

 

Aun cuando varios de los personajes de la novela manifiestan sentimientos religiosos, aparecen éstos como algo rutinario; y al lado de ellos se destacan muchas expresiones de sabor escéptico y volteriano y de regusto anticlerical, aun en labios de soldados nacionales (págs. 97, 113, 118, 207, 218, 275, 295, etc.).

 

Por todo ello, la lectura de esta novela resulta muy nociva para la juventud, debilitando su fe, su piedad y la moralidad de costumbres; por lo cual, así lo declaramos y denunciamos oficialmente, cumpliendo nuestros deberes pastorales.

 

Por fortuna la prohibición no duró demasiado tiempo y años después se sabría que el obispo escribió la nota sin haber leído la obra.

 

Antonio Valencia ha hablado de «fidelidad absoluta a un tiempo-eje»; y así es, en efecto: Eugenio o Proclamación de la primavera (1938), La fiel Infantería (1943) y Plaza del Castillo (1951) constituyen una «colecta de novelas» —al autor no le gustaba la palabra trilogía— que fue reunida en 1964 bajo el significativo rótulo común de La guerra. Otras tres novelas, La ventana daba al río, Los ojos perdidos La paz dura quince días, fueron agrupadas también posteriormente con el título de Frente Norte.

 

La ventana daba al río (1963) es otra de sus grandes obras. El autor describe el ambiente de indiferencia que había en los pueblos franceses de la frontera durante la guerra civil española y relata los esfuerzos de un falangista joven que quiere entrar en España para luchar por su patria. 

 

El Diccionario para un macuto (1947) recoge las palabras y la forma de expresión vital durante los años de la guerra. Esta escrito al modo de estampas a través de las cuales el autor recrea entre términos y vocablos toda una época. Un libro imprescindible lleno de vida como –por otra parte- solían ser sus relatos, poemas y artículos publicados en la prensa.

 

García Serrano también acarició el mundo del cine. Suyos son los guiones de La fiel infantería, cinta que rodó Pedro Lazaga en 1960, basada en su propia novela y que es una de las mejores jamás realizadas sobre la guerra civil. Arturo Fernández, Analía Gadé, Laura Valenzuela, Ismael Merlo, Jesús Puente, María Mahor y Tony Leblanc fueron sus protagonistas. Los otros guiones son: Ronda española (1952) dirigida por Ladislao Vajda; La patrulla (1954), Los económicamente débiles de Lazaga; La casa de la Troya (1959); Tú y yo somos tres (1961), El marino de los puños de oro (1968) y A la legión les gustan las mujeres... y a las mujeres les gusta la legión (1976), todas del gran Rafael Gil. 

 

Una mención especial merece sin duda Los ojos perdidos, una novela de García Serrano dirigida por el propio autor y que es una de las joyas desconocidas del cine español. Hay películas extrañas que transmiten un hálito especial de misterio, historias que son capaces de expresar la fuerza del amor, la tragedia de la ausencia, obras de arte -en suma– que acarician el alma hasta raspar las entrañas.

 

Los ojos perdidos (1966), escrita y dirigida por Rafael García Serrano (la única película dirigida por el novelista sobre un relato propio) es una de ellas. Como lo son otras obras maestras cuyo trazo e inspiración alumbran la película: La colina del adiós (Henry King), Tiempo de amar, tiempo de morir (Sirk), Tres camaradas (Borzage), Primavera (Robert Z. Leonard), Jennie (Dieterle) o Cenizas de amor (King Vidor).

 

Un ajustado Jesús Aristu, la bellísima Dianik Zurakowska en el papel de su vida, y el siempre eficaz y entrañable Manuel Zarzo –grupo al que se une un sobresaliente Manuel Tejada– protagonizan esta sencilla y emocionante historia de amor. Luis, alférez provisional, es trasladado al frente del Norte. En  San Sebastián y conoce a una muchacha Margarita. Ambos se enamoran y durante las horas que Luis vive en San Sebastián hacen planes para el futuro. Pero Margarita tiene un presentimiento trágico, sufre en silencio y anima a Luis, como si creyera ciegamente en el futuro. Poco tiempo después, Margarita recibe la noticia de la muerte de Luis, y por su imaginación pasan como remembranza las horas felices que vivió con su amante durante el único día que estuvieron juntos.

  

Brillan escenas antológicas, como la confesión de los soldados en la catedral o el bello comentario de Luis: “Rezo por todos mis enemigos. Bueno, por todos menos por las Brigadas Internacionales”, la crítica velada al conformismo pequeño burgués que lleva a los jerifaltes conservadores a censuras las crónicas de guerra del alférez que encarna Manuel Tejada (un trasunto del propio Serrano). Y no se puede contener la emoción en ese instante sublime en el que los dos enamorados sueñan con un viaje maravilloso por el mundo. Se escuchan de repente unos ruidos: es un furgón fúnebre con un féretro envuelto en la bandera de España. Luis comenta: “Hemos regresado a España”.

  

Una película de culto, misteriosa, poética en imágenes (San Sebastián o San se está bien como dicen los protagonistas), miradas (los ojos bellísimos de Dianik) y que sabe capturar el sentimiento inabarcable, imposible del amor.

Rafael García Serrano se mantuvo fiel a sus ideas hacia el final de sus días. No siguió el recorrido de Gonzalo Torrente Ballester, falangista tal vez de ocasión. No dio marcha atrás, como Antonio Tovar o Pedro Laín Entralgo, que descargaron –en mayor o menor medida– su conciencia y su pasado. Y menos aún se enfrentó como ese otro falangista de corazón, después evolucionado a otras rutas ideológicas, gran poeta y hombre honrado que fue Dionisio Ridruejo.

 

Una buena aproximación al conjunto de su obra literaria puede verse en el capítulo que le dedica José Luis Martín Nogales en su estudio Cincuenta años de novela española (1936-1986). Escritores navarros, Barcelona, PPU, 1989, pp. 27-102.

 

En este centenario de Rafael García Serrano merece la pena descubrir La fiel infantería y Los ojos perdidos (tanto en novela como en película) o Cuando los dioses nacen en Extremadura, novela de la conquista de América en cuyo prólogo escribe el autor: “El argumento se lo encontró Cortés y el libro lo escribió Bernal. De modo y manera que hay bien poco margen para quienes nos aventuramos por el camino maravilloso de la Conquista de Méjico”; o Cantatas de mi mochila (cancionero de la guerra civil publicado en 1992). Su talento como escritor es capaz de borrar trincheras y fronteras. Salvo para los fanáticos de la corrección política o el sectarismo.