Antonio R. Rubio Plo

Colaborador

Antonio R. Rubio Plo es historiador y analista de política internacional.

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75 años del Concierto de Varsovia

El poder de la música frente a los totalitarismos

Varsovia. / Pixabay

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La composición apenas llega a los diez minutos, pero cumple plenamente sus objetivos de transmitir al oyente diversas sensaciones.

Hace 75 años se estrenó una película Dangerous Moonlight, hoy casi totalmente olvidada si no fuera por el detalle de que la música que la acompañaba, el Concierto de Varsovia, se hizo mundialmente famosa y a lo largo de los años vendió más de tres millones de discos. Sin ser una pieza de concierto clásica en sentido estricto, la obra ha sido incorporada al repertorio de grandes pianistas. Para otros, en cambio, no pasa de ser una obra menor, de un romanticismo fuera de época, en la suya o en la nuestra, y que no es del todo original, pues recordaría el estilo de los conciertos de Sergei Rachmaninoff.

 

El Concierto de Varsovia posee a la vez lirismo y fuerza dramática, pero podía no haber existido si Rachmaninoff, que por entonces vivía en Los Ángeles, hubiera respondido afirmativamente a la propuesta de los productores de la película de incorporar a la banda sonora fragmentos de su célebre segundo concierto para piano. Sería entonces el compositor británico Richard Addinsell, autor de partituras para el cine y el teatro, el encargado de hacer algo que evocase la música de Rachmaninoff. El concierto servía para acompañar la historia de amor entre la periodista norteamericana Carol Peters (Sally Gray) y el pianista y aviador polaco Stephan Radetzky (Anton Walbrook). La composición apenas llega a los diez minutos, pero cumple plenamente sus objetivos de transmitir al oyente diversas sensaciones: las evocadas por una orquesta de espectaculares sonidos y en la que los timbales juegan un papel destacado; un piano cuyas teclas repiquetean a modo de insistente llamada; un emotivo tema lírico desarrollado por el teclado que es muy adecuado para avivar la nostalgia, tanto de Polonia como de la mujer amada...

 

El título español de la película, Aquella noche en Varsovia, me parece más adecuado que el original inglés, Dangerous Moonlight, referente a la peligrosidad de los claros de luna que resaltan a los aviones en combate o iluminan a  los paracaidistas que se lanzan sobre las líneas enemigas. Por otra parte, el título Suicide Squadron, empleado en su estreno en EEUU, está al servicio de la comercialidad, con reducción de metraje incluid. Aquí no importa tanto la música, aunque no deje de estar presente, sino el transmitir el mensaje de apoyo a la resistencia contra la Alemania hitleriana que al inicio de la guerra llevaba la iniciativa en casi todos los frentes. Cuando se estrenó el film al otro lado del Atlántico, los norteamericanos ya habían entrado en guerra pero era necesario transmitir apoyo y simpatías a los europeos, británicos y polacos en este caso, que resistían al nazismo.

 

 

En mi opinión, lo mejor de la película no son las escenas bélicas, ni tampoco las de la camaradería entre los pilotos. Lo atractivo es la música y las secuencias vinculadas a ella: las interpretaciones de Stephan, el pianista, y su relación con Carol. En el inicio del film asistimos al bombardeo de Varsovia por aviones alemanes. Algunos viandantes corren apresurados y la cámara se detiene en el atrio de una iglesia. El impacto de las bombas ha hecho tambalearse un crucifijo, pero no llega a caer y se mantiene en pie. Poco después, una mujer se acerca y deposita allí unas flores. Se diría que estamos ante un símbolo de lucha por la civilización cristiana. Después de todo, la Alemania nazi suponía un retorno al paganismo y sus dioses oscuros, una exaltación de la fuerza encarnada por gobernantes entregados a  la voluntad de poder y a la dominación sobre aquellos que eran considerados inferiores. En este contexto,  la música es otro símbolo de resistencia. Recordemos que el protagonista interpreta en diversas ocasiones la Polonesa Heroica de Chopin, una música alegre y marcial, compuesta poco después de que la Rusia zarista hubiera aplastado la insurrección polaca  de 1830 y en la que el músico se aferraba al convencimiento de que Polonia seguiría viviendo pese a la opresión extranjera. Viviría mientras hubiera polacos aferrados a su cultura aunque carecieran de un Estado propio.

 

El Concierto de Varsovia no fue compuesto por un polaco, aunque si asociamos su música a las imágenes de la película, no cabe duda de que expresa un llamamiento a conservar la memoria de Polonia. Este país había sido borrado de nuevo del mapa europeo por el infame pacto germano-soviético de agosto de 1939.  A Hitler y Stalin les separaban algunas cosas, pero coincidían en muchas otras por su común raíz totalitaria, y sobre todo coincidían en su común desprecio por los seres humanos a los que ordenaban exterminar, convencidos de que así eliminaban su memoria. Quizás la música no amanse a las fieras y Orfeo difícilmente sobreviviría en el infierno del siglo XX, en expresión del escritor polaco Jozef Wiltin, pero una composición musical puede significar un desafío a los sistemas totalitarios. Sin ir más lejos, un Nocturno de Chopin implica dar rienda suelta a los sentimientos y a la reflexión serena. Es un ejercicio de introspección y al mismo tiempo una afirmación de lo individual, lo que contrasta con los dogmas planos y las consignas mecánicas de los totalitarismos.

 

En este sentido, el Concierto de Varsovia tiene una atmósfera de nocturno. Difícilmente podría concebirse su audición al margen del reino de la noche. Pero no es una noche sombría y amenazadora lo que evoca la música. Se trata de  una noche serena, invadida por la esperanza y probablemente iluminada por un claro de luna. Recordemos otra memorable secuencia de la película: la protagonista, Carol Peters, sube por las escaleras de un edificio de Varsovia, aparentemente abandonado tras los bombardeos, al escuchar una música de piano. Flanquea la puerta de uno de los pisos y se encuentra al para ella desconocido Stephan Radetzky interpretando el Concierto de Varsovia. “Es peligroso salir solo cuando hay claro de luna” le dice Stephan, y serán esas mismas palabras las que se escuchen en la escena final de la película. Sin embargo, es la música lo que unirá a Stephan y a Carol. Lo expresa otra de las frases memorables del film: “Esta música somos tú y yo, la historia de los dos en Varsovia, de nosotros en América, de nosotros en cualquier otra parte…”.

 

Me pregunto si Roman Polanski se inspiró en esta escena para presentar en su película El pianista (2002) otro singular encuentro: el del pianista judío Wladyslaw Szpilman y el capitán alemán Wilm Honsenfeld. Será en un edificio en ruinas donde Spilzman interpretará para él una balada de Chopin. Una gran escena que refleja el extraordinario poder de la música que las atrocidades de la guerra y los totalitarismos no logran acallar. En el film de Polanski, y en la ahora recordada Aquella noche en Varsovia, la música es un lugar de encuentro para el amor y la amistad.