Se cumplen 50 años del estreno de Persona, una de las obras magnas de Ingmar Bergman (1918-2007) que no solo dibuja en sus cautivadoras imágenes una visión filosófica propia (influida grandemente por Jung), sino que inaugura desde el estilo personal de Bergman una idea del cine moderno. Arte y ensayo en estado puro pero en el profundo sentido del término. Persona (1966) es junto a El manantial de la doncella, El séptimo sello, Los comulgantes y De la vida de las marionetas, una de las obras maestras de su autor.
Es como si la palabra llena de vida pudiera poseer al silencio
Un cineasta, Ingmar Bergman, que en sus mejores obras –también tiene sus altibajos– raya casi a la altura de los grandes creadores: John Ford, Alfred Hitchcock, Howard Hawks, Cecil B de Mille, King Vidor, Fritz Lang, Raoul Walsh, Leo McCarey, Anthony Mann, Billy Wilder, William Wyler, George Stevens, Orson Welles, Charles Chaplin, Luis Buñuel, Jean Renoir, Francois Truffaut, Roberto Rossellini, Federico Fellini, Luchino Visconti, Kenji Mizoguchi, Friedrich W. Murnau o Car Th. Dreyer, entre otros.
En enero de 1963, Bergman fue nombrado director del Royal Dramatic Theatre de Estocolmo, un empeño difícil que le costó un esfuerzo sobrehumano. Pese a ello trató de compatibilizar el trabajo teatral con el cinematográfico, pero la salud se resquebrajó. En la primavera de 1965 Bergman fue ingresado con doble neumonía en el Sophiahemmet Hospital. Allí, en un estado de semi depresión y muy debilitado por la enfermedad comenzó a escribir el guión de Persona. El 12 de abril de 1965 escribe unas palabras reveladoras: “Rechazo y dolor, lágrimas que de repente se alteran y se convierten en expresiones de alegría. Sensibilidad en las manos, la mirada infantil (…) Ella había sido una actriz y después cayó en el silencio. Nada extraño tal vez”.
Estas palabras son una especie de sumario inicial de la película: Elisabeth (Liv Ullmann), una célebre actriz de teatro casada y madre de un hijo, es hospitalizada tras perder la voz durante una representación de Electra. Después de ser sometida a una serie de pruebas, el diagnóstico es bueno. No hay causas médicas que hayan causado el silencio. Sin embargo, como sigue sin hablar, debe permanecer en la clínica. Alma (Bibi Andersson), la enfermera encargada de cuidarla, intenta romper su mutismo hablándole sin parar.
Toda la historia se centra en esas dos mujeres. Los monólogos de ella, sus detalles íntimos, incluso sexuales relatados sin rubor y de forma tan natural como explícita. Ambas se contraponen pero a la vez se complementan. Las dos caras de una misma moneda. Las dos imágenes de una misma persona.
Tan solo la aparición del marido de la actriz, Gunnar Bjornstrand, rompe el juego de silencios y palabras de las dos mujeres. El silencio y el decaimiento de la actriz dan el ritmo al monólogo interminable.
Elisabeth se complace en su mutismo, buscando liberarse de su persona, de su máscara, como una actriz deja detrás de ella sus personajes, una vez terminada la función. Buscando su alma… Y precisamente encuentra a Alma, la enfermera que habla desafiando el silencio. Un monólogo de palabras infinitas, sin sentido a veces, pero reales. Como si su propia curación pasara por la palabra. Casi podría decirse que la palabra fuera a ser capaz de curar la oscuridad del silencio. Una palabra que horada el alma, deja al descubierto los secretos, desnuda los sentimientos.
¿Quién es quién? ¿Quién es la persona y quien la máscara? ¿Elizabeth o Alma? Años después el cineasta español Juan Pinzás reelaboraría muchos de estos temas en su fascinante New York Shadows (2012).
Julián Marías, en Antropología metafísica, reflexionó sobre la concepción de la persona acentuando que es la vida de cada cual la forma en la que ese yo (con su circunstancia) desarrolla su personalidad. En Persona, la actriz se desprende de su identidad y deja –en cierto modo– que sea la enfermera la que se apropie de la misma mediante el poder seductor de la palabra. El tema principal de la película es el problema de la identidad personal. Y en este proceso se produce una especie de vampirización. La enfermera (la máscara) se apodera del rostro (la persona). Es como si la palabra llena de vida pudiera poseer al silencio.
En este sentido, Elisabeth Vogler, la actriz, es quien parece no estar viva: su auténtica tragedia es que ha caído en la disolución absoluta de su identidad y, por eso, no puede entender sus antiguas máscaras y, por tanto, se entrega al silencio. Desde esa condición, Elisabeth trata de arrebatarle la vida a Alma. La tensión emocional de ambas mujeres llena la pantallas con primeros planos profundos, una austera fotografía en blanco y negro y una puesta en escena desnuda. Pocas veces Bergman alcanzó tal grado de perfección con unas imágenes que impactan al espectador en su serenidad, su blancura desnudez, su perfección.
Alma trata de construir su persona propia con las palabras en tanto Elizabeth se refugia en el silencio. Los monólogos de la película, una arriesgada apuesta formal de Bergman, están filmados de forma admirable y constituyen todo una prueba para las dos grandes actrices que son Liv Ullman y Bibi Andersson. Bergman construyó la película para Liv de la que estaba profundamente enamorado en aquellos años. Su figura silenciosa, sus ojos escrutadores traspasan literalmente la cámara. El tercer personaje, la doctora (Margaretta Throck) es la que debe tratar a la enferma. En un instante dramático le dice de forma dramática:
¿Crees que no lo entiendo? El sueño imposible de ser. No de parecer, sino de ser. Consciente en cada momento. Vigilante. Al mismo tiempo, el abismo entre lo que eres para los otros y para ti misma, el sentimiento de vértigo y el deseo constante de, al menos, estar expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizás incluso aniquilada. Cada palabra una mentira, cada gesto una falsedad, cada sonrisa una mueca. ¿Suicidarse? ¡Oh, no! ¡Eso es horrible! Tú no harías eso. Pero puedes quedarte inmóvil y en silencio. Por lo menos así no mientes. Puedes encerrarte en ti misma, aislarte. Así no tendrás que desempeñar roles, ni poner caras ni falsos gestos. Piensas. Pero, ¿ves? La realidad es atravesada, tu escondite no es hermético. La vida se cuela por todas partes. Estás obligada a reaccionar. Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí. Te entiendo, Elisabeth. Entiendo que estés en silencio, que estés inmóvil, que hayas situado esta falta de voluntad en un sistema fantástico.
Persona describe a través del cine el misterio de la personalidad (en término de Zubiri) y lo hace con la fuerza sugestiva de la imagen. Sin duda, una película fascinante para rescatar o descubrir en su 50 aniversario.