Regina Navarro

El jardín del microcuento

Regina Navarro es periodista, especializada en periodismo cultural y lifestyle. Colaboradora habitual de Papel –el dominical del diario El Mundo– o la revista de Artes Escénicas Godot, explora el mundo de la micro-literatura desde el blog El jardín del microcuento, con el que busca el lado ficticio de la realidad. ¿O era la realidad dentro de la ficción?

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Quizá deberías tirarlo

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Ya no hay niños. Solo un grupo decrépito de seres que permanecen. Ausentes, sin sentido, con la expresión perdida.

Las sigues guardando en una caja metálica, en el fondo del armario que camuflas entre los jerséis, pero, de cuando en cuando, la abres. Era uno de esos envases de galletas que, cuando eras pequeño, estaban llenos de botones y de carretes de hilo. Tu madre las guardaba y hacía colecciones sin saberlo. Cuando vio que tenías tu habitación completamente desordenada te dio una, pensando que se ese modo tus clics se mantendrían en orden y no volvería a oírte decir que el capitán del barco pirata había perdido de nuevo su espada. Mírala, ahora está llena de trozos de papel, de recuerdos de unos inviernos gélidos bajo el edredón. Te vuelve ese olor a chocolate caliente, a madera ardiendo y a té de menta. Te transportas a esas navidades que, aunque jamás fueron blancas, eran ruidosas y familiares, llenas de panderetas, de villancicos y, como estipula la tradición, de riñas entrecortadas. Se suceden y encadenan las voces, giran en una especie de ruleta rusa que de pronto explota. Creces, tus ojos ya no miran del mismo modo; a tu lengua el dulce de los turrones se le torna amargo, agrio a veces, pero ya no sabe como entonces. Ya no hay ruido de panderetas, ni voces de niños que, aunque estridentes, solo buscan divertirse y apaciguar los nervios. Saben que los emisarios están atentos, que el día de Reyes se acerca, que los regalos están en camino. Ya no hay niños. Solo un grupo decrépito de seres que permanecen. Ausentes, sin sentido, con la expresión perdida. Sin saber muy bien cómo te has convertido en uno de ellos, pero tienes la caja entre las manos, y la abres lentamente. Está llena de recortes y de imágenes, de fotografías protagonizadas por personas que no conoces, de recuerdos que no te pertenecen. Miras su contenido durante un rato y piensas que, quizá, deberías tirarlo.  

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