Centenario de Camilo José Cela

Cela, dramatis personae

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Suele ocurrir. Quienes narran, inventan, fabulan y construyen historias universales acaban por construir su propio personaje. Todo un desdoblamiento de personalidad que, si es patológico, es una patología literaria y, a veces, venial. Cela, cuyo centenario se celebra hoy, es quizá el ejemplo más radical que las letras contemporáneas españolas han aportado en los últimos cien años. Tal es así, que el propio director de la Real Academia y amigo del escritor, Darío Villanueva, llamaba esta semana al orden: “una persona que ha escrito cientos de páginas no puede quedar reducido a la anécdota de una frase”. Nada que añadir, salvo que si sólo hubiese sido una frase, esa llamada al orden no hubiera tenido que darse.

           

Cela generaba morbo en vida y sigue generándola tras su muerte. El último libro que su hijo, Camilo José Cela Conde, le ha dedicado (Cela, piel adentro. Destino) es la prueba de que el escritor logró lo que muchos quisieron, y por lo que algunos pagaron: vivir literariamente, con todo lo que ello significa, que casi siempre suele ser los extremos. Dice el hijo del marqués de Iria Flavia, por ejemplo, que la juventud de su padre fue una juventud que “grita socorro”, la juventud de un hombre que “está solo y desesperado”, al mismo tiempo que reafirma esa otra visión del escritor que ha quedado ya para el imaginario colectivo: la de alguien “tremendo” que poco menos que “desayunaba niños crudos”.

           

Una dualidad, la de vivir literariamente, que se ve agigantada cuando se vive de la literatura. Villanueva afirmaba esta semana que Cela era un experto en cierta “mercadotecnia”.  Para el académico, el nobel se transformaba en un personaje “ofreciendo una imagen de autosuficiencia y hasta de prepotencia que no era más que para defender la dignidad del escritor”. Pero sea cual fuere el motivo, lo cierto es que las dualidades nunca suelen ser buenas, mucho menos en la propia vida, tanto es así que Cela Conde reconoce que su padre “trató de huir de esa figura inventada”.

           

Nadie, a fin de cuentas, sabe quién era exactamente Cela; dónde acababa el personaje y dónde la persona o si uno y otra se habían fundido para siempre. El escritor pide a gritos, y los lectores, por supuesto, una revisión completa y justa de su figura para luego meterse en su obra. Porque aunque Villanueva, en su petición de respeto, afirmaba que lo que importa es “lo que ha escrito, no lo que haya dicho y hecho”, lo cierto es que para obtener en un lienzo el dibujo completo, también se ha de pintar con lo dicho y con lo hecho, porque más allá de aquella jugarreta que le hizo a Pilar Trenas, periodista de TVE, tirándola a la piscina o de la famosa –y sabia– sentencia de “no es lo mismo joder que estar jodiendo”, se esconde un personaje fascinante al que por momentos se ha olvidado y por espasmos se le han dedicado hojas y hojas de papel couché.

           

Obra y autor suelen formar un todo, con lo que si se estudia la primera, se acaba sabiendo algo del segundo. En Cela, sin embargo, esta ecuación se resquebraja: si su obra fue potente e intensa, más lo fue su figura, tanto que fue ésta la que embadurnó todas y cada una de las páginas de la obra, y no al contrario. Es por ello que es urgente la revisión a la que aquí animamos, una revisión que sea un dramatis personae en el que el lector pueda conocer a todos los Cela, que a través de los personajes se pueda conocer certera y honradamente a la persona. Este y no una revisión anotada de su obra, es el primer afán que debería tenerse en la necesaria tarea de ofrecer a los nuevos y viejos lectores, de nuevo, la obra del premio Nobel. Porque la intensidad y la totalidad a la que su obra aspiraba, hizo que, aún con el paso de los años, más de 80 libros publicados, distinciones y premios para llenar anaqueles interminables y el reconocimiento general de la crítica, perdure todavía en la memoria los personajes de Cela que, paradójicamente, eran el Cela mismo.

A. Petit

A. Petit

Álvaro Petit Zarzalejos, es periodista y escritor. Fundador y editor de Ritmos 21, ha entrevistado a algunas de las personalidades más relevantes de la cultura española de los últimos años. Como escritor, ha publicado el poemario Once Noches y Nueve Besos (Ediciones Carena 2012) y Cuando los labios fueron alas (Ediciones Vitruvio).

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